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La defensa de lo «imperdonable» y lo humano

11 de abril de 2025
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Las opiniones expresadas en este artículo son únicamente del(a) autor(a) y no reflejan las opiniones y creencias de Microjuris o sus afiliados.

Por Paola A. Román Morales
Estudiante de Juris Doctor, Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico

Guilty People, publicado para el 2020 por Rutgers University Press, es una obra que desafía nuestras ideas más arraigadas sobre el sistema de justicia penal. Su lectura cobra una dimensión particular al haber sido asignada en el contexto de una clase de ADN post sentencia, un curso que, al igual que el libro, se distancia de una visión centrada exclusivamente en la inocencia. Esta coincidencia no es casual: Abbe Smith nos alerta sobre los riesgos del inocentrismo como única vía de crítica al sistema penal, y propone, en su lugar, una ética jurídica que también se ocupe de quienes han cometido delitos, reconociendo en ellos sujetos con derechos, historias y dignidad. Smith, profesora de derecho en Georgetown Law, defensora pública y caricaturista feminista centra su análisis no en personas inocentes condenadas por error, como suele ser el enfoque tradicional en debates sobre justicia penal, sino en aquellos que, con mayor o menor claridad, han cometido los delitos que se les imputan. Su objetivo no es redimir a los culpables desde una narrativa de arrepentimiento, sino humanizarlos, mostrando cómo la culpabilidad legal no elimina la dignidad, la complejidad ni la posibilidad de cambio en una persona. Este enfoque obliga al lector, especialmente a quien estudia derecho, a cuestionar la función del castigo en la sociedad, la estructura misma del proceso penal y a repensar el rol del abogado defensor como garante de humanidad, no solo como técnico del proceso. El libro está estructurado en una introducción reflexiva y cinco capítulos que abordan distintos perfiles de personas consideradas «culpables»: desde quienes cometen delitos menos graves hasta aquellos acusados de crímenes graves como la violación y el asesinato, cerrando con un examen introspectivo sobre el papel del abogado defensor en este escenario hostil.

Uno de los aciertos formales del libro es la inclusión de caricaturas dibujadas por la propia autora, lo cual no solo demuestra su versatilidad como pensadora y artista —Smith publicó en 1984 una recopilación titulada Carried Away: The Chronicles of a Feminist Cartoonist—, sino que también aporta una dimensión visual crítica que complementa su narrativa. Las caricaturas abren cada capítulo con humor, ironía y una sensibilidad aguda sobre los absurdos del sistema penal. En lugar de trivializar, permiten una entrada accesible pero provocadora a temas que suelen abordarse con solemnidad. A través del trazo simple y el mensaje incisivo, Smith recuerda que el derecho también puede ser interpretado, diseccionado y cuestionado desde el arte.

Desde la introducción, Smith advierte sobre los peligros de centrar el discurso penal exclusivamente en la «inocencia», una estrategia que, aunque eficaz a nivel mediático, puede resultar contraproducente. Argumenta que probar la inocencia absoluta es difícil y que, al hacerlo, se puede erosionar el principio básico de presunción de inocencia. Además, señala que los errores judiciales no ocurren solo cuando una persona inocente es condenada, sino también cuando se vulneran derechos procesales fundamentales, se atropellan garantías o se imponen sentencias desproporcionadas. Insiste en que una condena puede ser injusta incluso si el acusado «lo hizo», cuando el juicio ha sido parcial, desbalanceado o viciado por factores externos. Esta perspectiva genera una incomodidad productiva: obliga a mirar más allá de la lógica binaria de inocente o culpable, y a enfocarse en si el proceso fue justo, equitativo y respetuoso de los derechos humanos. Smith sostiene que, en un sistema punitivo como el estadounidense, defender a personas culpables no es contradictorio con los ideales de justicia, sino una expresión concreta de éstos.

En el primer capítulo, titulado «Petty Criminals», la autora explora el mundo de los delitos menos graves, donde se procesan la mayoría de los casos penales en Estados Unidos. Describe un sistema judicial saturado, cuyo objetivo principal es agilizar expedientes más que resolver conflictos con justicia sustantiva. A través de casos reales, muestra cómo las personas son empujadas a declararse culpables, muchas veces sin entender las consecuencias legales y sociales de esa decisión. Historias como la de Ms. Graves, quien interioriza la culpa y solicita castigo a pesar de tener una defensa viable, revelan cómo el punitivismo se infiltra incluso en la conciencia de los acusados. También examina la lógica institucional que convierte a los tribunales en máquinas de procesamiento rápido, en vez de foros para la deliberación reflexiva. La caricatura que abre este capítulo muestra una galería de «petty criminals» que podríamos ser todos: desde quien roba una uva en el supermercado hasta quien maneja con sueño. El remate visual, «¿Y si no encerramos a ninguno?», anticipa el mensaje crítico del capítulo.

En el segundo capítulo, «Ordinary Felons», Smith analiza los casos de personas acusadas de delitos graves como robos o tráfico de drogas. No se enfoca exclusivamente en los hechos, sino en las condiciones estructurales que explican estas conductas. Subraya que una condena por delito grave puede truncar de forma irreversible el acceso al trabajo, la educación o la vivienda, perpetuando así ciclos de marginalidad. La mayoría de estos acusados actuaron por impulsos, adicción, presión social o desesperación, más que por una maldad intrínseca o una vocación criminal. Las historias que relata demuestran cómo un enfoque restaurativo podría generar más justicia que una sentencia extensa y automática. En lugar de castigar por castigar, Smith propone entender, reparar y transformar. La caricatura del capítulo refleja con agudeza las tensiones del sistema de acuerdos de culpabilidad y las decisiones que enfrentan los acusados: resistirse o rendirse, aun cuando todas las cartas estén en su contra.

En el capítulo tres, «Rapists», Smith se enfrenta al desafiante dilema de representar a acusados de agresión sexual. No evade la tensión moral, sino que la aborda con honestidad y compromiso, sabiendo que su postura puede generar rechazo. Reconoce el daño causado a las víctimas, pero sostiene la necesidad de un juicio justo, donde el Estado deba probar la culpabilidad sin atajos ni prejuicios. Explica que su rol no es negar el sufrimiento, sino asegurar que la verdad procesal se alcance de forma rigurosa y no contaminada por estigmas o emociones colectivas. Desde una ética feminista, articula una defensa basada en la dignidad individual y el rechazo al castigo automático como respuesta estructural. La complejidad de estos casos revela que el derecho penal debe encontrar un difícil equilibrio entre proteger a las víctimas y no sacrificar las garantías de los acusados. La caricatura que acompaña este capítulo, con un personaje etiquetado de «monstruo» y marcado como «sex offender», visibiliza el estigma inamovible que reemplaza cualquier posibilidad de redención.
En el cuarto capítulo, «Murderers», Smith desmonta la figura del asesino como un monstruo sin redención, una imagen que los medios de comunicación y la cultura punitiva han perpetuado. A través de relatos humanos y matizados, muestra que muchas de estas personas han cambiado radicalmente con el paso del tiempo, han expresado remordimiento, o han desarrollado capacidades para la reflexión crítica que no tenían al momento del crimen. El sistema, sin embargo, sigue aferrado a castigos extremos, como la cadena perpetua o la pena de muerte, sin distinguir matices ni historias de transformación. Smith propone una justicia que mire hacia adelante y no solo hacia atrás, que contemple la posibilidad del cambio y del perdón. La rehabilitación, más que una aspiración idealista, es aquí una necesidad práctica y ética. La caricatura en este caso desarma prejuicios: muestra que muchos de los «mejores amigos» del personaje retratado están presos por asesinato, y sin embargo, son personas queridas, complejas y decentes.

Finalmente, el quinto capítulo, «Guilty Clients, Guilty Lawyers», aborda el impacto emocional y moral del trabajo de defensa penal desde una perspectiva honesta y vulnerable. Smith rechaza la idea del defensor como mártir, y en su lugar, presenta esta labor como un ejercicio profundo de sentido, compromiso y humanidad. Asegura que es posible ser una abogada ética, comprometida y feliz, incluso en un campo tan cargado de tensión como el derecho penal. Su testimonio inspira y ofrece una visión del ejercicio profesional que no se rinde ante el cinismo, sino que lo desafía con esperanza y convicción. El mensaje es claro: defender a los culpables no es justificar sus actos, sino luchar por procesos justos y por una sociedad menos excluyente. La caricatura que cierra el libro contesta la pregunta más repetida: "¿Cómo puedes defender a esa gente?". Smith responde que los representa porque son, en el fondo, como cualquiera: contradictorios, falibles, humanos.

Guilty People es una lectura imprescindible para toda persona interesada en la justicia, no solo para estudiantes de derecho. Nos enfrenta a nuestras ideas más arraigadas sobre el castigo, la culpa y la posibilidad de redención, desafiando la narrativa tradicional del criminal como ser irrecuperable. Invita a reflexionar desde la compasión, sin caer en la ingenuidad, y desde la crítica, sin abandonar la esperanza. Con una voz firme y reflexiva, Smith nos recuerda que la justicia penal debe sostener la humanidad incluso en sus bordes más oscuros, allí donde es más fácil negarla. Leer este libro es aprender a mirar con otros ojos, y a imaginar un derecho —y una sociedad— que no castigue por costumbre, sino que construya, escuche y repare. Es también una invitación a asumir que el ejercicio del derecho penal no puede reducirse a una operación técnica, sino que exige una profunda responsabilidad moral.

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